Jorge, fanático de la música

de España

Jorge Luis, de 57 años, perdió la audición completa del oído izquierdo con tan sólo un año de vida, como consecuencia del sarampión. El oído derecho también le quedó algo maltrecho (sordera neurosensorial, oído medio), pero mal que bien resistió hasta que pudo ponerse el primer audífono en el 1975, con 12 años. Su rendimiento escolar mejoró de manera visible, y gracias a este y otros audífonos posteriores pudo licenciarse en Historia Contemporánea, en la Universidad Complutense de Madrid, y empezó a trabajar como funcionario, hasta el día de hoy.

Historia de Jorge Luis

Jorge Luis, ¿puedes compartir con nosotros tu historia auditiva? 

Siempre me he defendido muy aceptablemente gracias a los audífonos, aunque los restos auditivos del oído derecho eran pequeños (un 20-15 %, más o menos), y paulatinamente ha ido mermando cada vez más y más con el paso de los años, a causa de las inevitables infecciones.

En cualquier caso, con esfuerzo y dedicación, aparte de llevar una vida absolutamente normal e integrada, conseguí introducirme en ese “mundillo especializado” que es la melomanía.

¿Cómo comenzó esta gran afición por la música?

Empecé con la música clásica en serio con 25 años, y pese a la limitación de carecer de la estereofonía, sí la he gozado en todo lo que he podido hasta el extremo de tener una colección de miles de grabaciones y discos, de ser asiduo en el Teatro Real de Madrid, y hasta de haber trabajado para ellos como traductor de “librettos” de ópera en muchas ocasiones.

Actualmente, aparte esas traducciones (del italiano), tengo 27 libros publicados, algunos de ellos relacionados con temas musicales.

¿En qué momento comenzaste a pensar en que el implante coclear podría ser la solución?

En mayo de 2019 empecé a tener problemas graves de audición, hasta el punto de que no escuchaba nada ni siquiera con el mejor audífono del mercado (recién comprado para la ocasión, por cierto). Meses y meses de recaídas, aparentes recuperaciones (ni la cortisona hacía efecto), nuevos colapsos, etc., desembocan en que, hacia las fechas en que se produce la pandemia en España, primavera de 2020, me encontraba ya prácticamente sordo del todo, y sin remisión. Resto auditivo, CERO.

Abocado al implante coclear, en el hospital La Princesa de Madrid me operan a mediados de diciembre de 2020, colocándome ya el “RONDO 2” de MED-EL a finales de enero de 2021. Por tanto, a día de hoy, llevo tres meses de rehabilitación y adaptación, exactamente, con resultados extraordinarios en cuanto a calidad y los niveles de audición. No puedo estar más contento, ni agradecido, pues esta implantación ha superado todas las expectativas que yo había depositado en la intervención.



¿Qué diferencias has detectado entre el audífono y el IC en la audición?

La audición con el audífono tradicional es más “unitaria” o conjunta, como si dijésemos se trata de una masa sonora que se presenta en bloque, como algo ya dado (al oído medio, en este caso, que hace lo que puede con ella), mientras que el implante coclear, por el contrario parece presentar los sonidos desglosados, más independientes unos de otros (las palabras, si se quiere), con mayor nitidez “bruta”, de tal suerte que es más cómodo distinguir las diferentes frecuencias, que parecen más separadas unas de otras, más aisladas (lo que favorece indudablemente la comprensión, lo que se dice “entender”), pese al inevitable matiz metálico o artificial con el que se presienten en un primer momento, lo que también ocurre en la adaptación inicial de los audífonos, por cierto.

Mientras que con el audífono se tiene la sensación, en un determinado momento, de que se ha alcanzado un tope o límite (más allá del cual ya no se puede oír “mejor”), con el implante el campo de posibilidades parece sorprendentemente más abierto, y da la impresión de que el espectro o campo de mejoría auditiva abarcable es mayor, va más allá.


¿Y con respecto a tu propia voz?

Con respecto a mi propia voz estoy experimentando una serie de cambios que, pese al poco tiempo que llevo implantado, son evidentes: la sonoridad parece más genuina o “limpia”, primigenia, sin elaboración interpuesta, como sí ocurría con el audífono, seguramente como consecuencia de que se oyen una serie de matices en determinados registros y frecuencias que antes no se escuchaban, o que el oído medio no alcanzaba a manejar.


Es algo complicado de explicar, porque todavía parece formar parte de un “proceso”, en el que aún se está, que no ha concluido, pero la impresión inicial es ésa: del mismo modo que se aprende a oír de otra forma, con el implante se ve uno abocado a hablar de otra forma, a construirse otra dicción y unos ritmos del habla que el nuevo sistema de audición “normalizará” con el tiempo. Forzosamente debe ser otra voz, con un color distinto, otra gravedad, otra “rotundidad”, etc.


¿Y qué nos puedes decir de las voces de los demás?

La voz del resto de las personas no plantea tantos contrastes: originalmente, el implante coclear hace que escuches voces muy parecidas y chirriantes, con una uniforme entonación metálica y artificiosa, pero poco a poco la cabeza va “recordando” los distintos colores de la voz de esas personas, y situando esos timbres y registros en su sitio, de forma imperceptible e inconsciente, poco a poco.

Las voces ya conocidas se van recuperando “mentalmente” con el tiempo, más clara y rotundamente en aquellas que se han escuchado directamente (familiares y amigos), y algo más lenta y dificultosamente en las de grabaciones musicales (cantantes, por ejemplo). Pero la mejora y la evolución es perceptible en plazos de tiempo cada vez mayores, de semana en semana, de mes en mes…, la cabeza “sabe” instintivamente que un buen día todo eso que se escucha (voces, instrumentos, etc.) va a sonar bien, sin duda alguna.

La música y los implantes cocleares desde el punto de vista de un melómano

El melómano distingue muchas cosas en las voces de los cantantes, y lo mismo vale para los instrumentos musicales: pastosidad, color, eufonía, armónicos, empaste, riqueza, carnosidad, temperaturas, pero todos esos conceptos son metáforas prestadas de otras artes o ciencias, ya que la “calidad” de la voz no se puede medir con ningún instrumento.

Y luego está la subjetividad humana, que nunca hay que despreciarla. Y para comprobarlo no hay más que ver las opiniones encontradas que plantea a distintos oyentes las voces de los cantantes.

Una persona como quien esto suscribe, que nunca ha escuchado música (no sólo ópera) a pelo, por así decirlo, sino a través de un audífono, no se forma la misma “imagen” sonora que un oyente normal y sano, no hablemos ya de la estereofonía, evidentemente, y nada menos. Es otra cosa, muy distinta en todos sus matices y peculiaridades, y que le funciona sólo al que la oye, en este caso, un servidor, pues esa memoria auditiva le sirve única y exclusivamente a él.

Esa es “mi forma de escuchar música”, tan rica y fascinante como cualquier otra, aunque en apariencia no pueda llegar a ser tan completa y polifacética como debe ser la del oyente sano.

Cuando se escucha música con el implante coclear se tiende a “buscar” instintivamente esas voces ya aprendidas como si fueran las originales o auténticas, cuando no lo son, en realidad, pues son las del audífono, cuando quizás lo correcto debería ser “crear” una nueva imagen sonora o impresión, distinta de la anterior (aunque inevitablemente se le parezca, pues la fuente es la misma).

Aunque el tiempo que llevo implantado aún es muy corto (tres meses), tengo la impresión de que la “nueva” audición debe ser genuina y específica, debiendo enfocarse a construir una nueva sonoridad, con sus propios empastes y sus armónicos, aquellos que el implante nos va a ofrecer de forma inequívoca y con los nuevos matices que el audífono no ofrecía, pues ahí, en esas voces e instrumentos de siempre, hay cosas que no había escuchado hasta ahora.