A los 3 años de edad tuve varicela y rubeola al mismo tiempo . No se sabe si fue la medicación que tomé o si fue el virus. Lo cierto es que después de eso tuve una abrupta pérdida auditiva, escuchaba solo el 30% de ambos oídos. Como era muy chica para expresarlo (y en ese entonces no era rutina los estudios de hoy en día) recién 1 año después pudieron observar que mi comportamiento había cambiado. Tenía enojos recurrentes, era muy “distraída”, no contestaba si me hablaban de lejos, y el vínculo con mis compañeros de jardín no era de lo más fluido. Llegué a pegarles para que giren la cara y me hablen de frente. Intuitivamente había aprendido a leer los labios.
El conflicto más grande fue al comenzar 1er grado. Ese año me operaron de diábolos, tras un falso diagnóstico. Y cuando eso no funcionó me operaron de nuevo para sacarlos.
Recién fue en 2do grado cuando me dieron un diagnóstico acertado y empecé a usar audífonos. Mi hipoacusia fue estable hasta mis 20 años. A partir de ahí empezó a ser progresiva, y el 70% de pérdida pasó a un 80% . Ese año me dijeron que era candidata a implante coclear. Tardé 5 años en aceptarlo y tomar la decisión de implantarme.
En ese tiempo me dediqué a escribir un guión de cine e hice mi propio cortometraje como siempre lo había soñado. Me estaba quedando sorda pero necesitaba procesarlo. A modo de catarsis escribí una historia y la filmé. Fue ahí donde conocí a mucha gente que le pasaba lo mismo que a mi, y me sentí muy acompañada. Fue la fuerza que necesité para tomar la mejor decisión de mi vida: Animarme a cumplir mis dos sueños. Filmar una película y escuchar.
Me animé, me operé, y escuché como nunca antes . Al poco tiempo me operé el segundo y hoy puedo decir que me cambió totalmente la escucha.